sábado, 14 de mayo de 2011

¡POR FAVOR! LEED ESTE RELATO. OS VAIS A REIR UN RATO.

SUCEDIÓ EN LA TRINCHERA
La cosa es sencilla. Esquiva las balas para que no te maten e intenta matar a todas las personas que puedas. Vale, dije, pensando que había entendido la dinámica de la guerra. Acto seguido le pegué un tiro con mi fusil al soldado que tenía a mi derecha. ¿Pero que haces desgraciao?, me gritó el sargento. ¿Pues no me ha dicho que esquive las balas y mate a todo el que pueda?. Sí, pero a los tuyos no hombre. Pues especifique porque uno no es adivino. Dispárale solo a los que te disparen a ti. 
El tiempo pasaba, y el sargento, como solo me veía asomar la cabeza y agitar el puño cada vez que una bala impactaba cerca de mi posición, volvió a recriminarme: ¿pero porque no disparas?, te he dicho que le metas un balazo a los que te disparen. Sí mi sargento, pero cuando me asomo para ver quien dispara no veo a nadie. Pues claro, respondió el mando, porque se cubren. Pues así no hacemos nada, grité enfadado, si ya es difícil darles de lejos, encima van y se cubren. La guerra es frustrante, llevo dos días aquí y solo he matado a uno y encima era de los míos. ¡Avanzamos!, gritó una voz de lejos. ¿Lo has oido?, dijo el sargento; vamos, adelante. Yo, que ya me estaba preparando para levantarme y abanzar, me detuve en seco debido a un pensamiento que inundó en un momento toda mi mente. 
Mi sargento.

¡¿Qué?!, ¿no ves que vamos a avanzar?, ¿qué pasa ahora?. 

No, es que estaba yo pensando mi sargento, que todo eso que usted me ha dicho de que dispare a los que vea y todo eso. A ver si se lo han dicho a los enemigos también y por eso disparan, lo digo porque, entonces, si me pongo de pie me fríen. 

¿Pero es que en tu casa al más tonto lo han mandado al ejercito?

_ bueno bueno, mirando el lado positivo, así salgo de la trinchera, que apesta y está llena de barro. No es como pasear pero por lo menos estiro las piernas.

El sargento no dijo nada más, se limitó abrir los ojos y la boca en proporciones desorbitadas. Miró hacia el frente y comenzó a correr, muy metido en su guerra, como si no hubiera oído lo que acababa de decir. 
Decidí seguirle, pero al poco, entre tanto disparo, tanta explosión y tanto grito, lo perdí enseguida de vista. Así, como empecé a sentirme confuso me tiré en plancha a un pequeño hoyo que había en el suelo. Resultó en que este agujero había otro soldado, disparando con cara seria. Note como me miró por el rabillo del ojo y yo, no quise ser mal educado, al fin y al cabo, había entrado en su hoyo. Vaya lió ¿eh?, le dije. El no respondió, solo se oían los disparos de su fusil. De repente el soldado se arranco una de las granadas de mano que tenía en el cinturón, le quito la anilla y la lanzó mientras gritaba: TOMAD ESTO HIJOS DE PUTA.
Yo le seguía con la mirada mientras le sonreía. 

—Que guay, tienes granadas. A mi no me han dado ninguna.
—las tienes en el cinturón
—que no, que yo no tengo
—tienes el cinturón al revés, idiota, dijo tras observarme unos segudno
—anda es verdad, ahora entiendo porque no me puedo quitar los pantalones para dormir.

Pacientemente, entre tanto tiro, me desabroché como pude el cinturón, me quite los pantalones y le di la vuelta la pantalón. Efectivamente habían tres gradas colgando del cinturón. 
Cuando el soldado que tenía al lado dejó de disparar para recargar, se me quedó mirando con cara rara. Supongo que se debía a que estaba en calzoncillos. ¡¿se puede saber que haces así!?, me gritó. Que tenía el cinturón al revés, y me lo tengo que poner bien, si no así no hay quien luche.

—pero póntelo ya idiota
—oye sin agobios, que si no me pongo nervioso y tardo más

Y efectivamente como yo mismo había premozado, me puse nervioso y no lo hice bien.
Tenía las granadas en su sitio, pero ahora era el pantalón el que estaba del revés, y era realmente incomodo, me sobraba espacio por delante y me faltaba por detrás. Así que tuve que repetir operación, esperando que esta vez me fuera mejor.
Pero, ¿qué haces otra vez en calzoncillos?, me gritó de nuevo mi compañero mientras estallaban un par de bombas a nuestro alrededor y pasaban sobre nuestras cabezas unas balas perdidas.
Oye por favor una cosa te pido, ¿eh?. Con la mano en el corazón te pido que no me pongas más nervioso de lo que estoy, porque como me entre el ansia me tiró así toda la guerra.
Nada más terminar de decir esto, unos cinco o seis soldados saltaron en nuestra improvisada trinchera. Eran todos enemigos, pero nuestros, no entre ellos. Enseguida nos apuntaron con sus armas. Mi compañero tiró su fusil y levantó las manos, pero yo no pensaba rendirme tan fácilmente. Con los tipos apuntándome, como el que no quiere la cosa fui a coger el Fusil. No cojas el fusil, no lo cojas, no lo toques, me gritaron todos al unísono sin dejar de apuntarme. Entonces lentamente y mirando para otro lado fui a coger las granadas que habían en el cinturón de mi pantalón, que estaba en el suelo. No cojas las granadas, no lo intentes, no las toques; me gritaron nuevamente. En ese momento de frustración, mientras que hacía como si me riera de mis propios actos intente de nuevo hacerme con el fusil, moviéndome muy lentamente. No cojas el fusil, no te muevas, no lo toque, me gritaron otra vez más.
Por favor, el que está en calzoncillos, no ves que te estamos apuntando, ¿por qué no dejas de intentar coger un arma para matarnos?, dijo uno de los soldados.
¿Yo?, grité sorprendido. Anda anda, no digas tonterías soldado enemigo, ¿cómo voy yo a intentar coger un arma para mataros.
Los soldados se miraron entre ellos. Cogieron mi fusil y el del otro y nuestras granadas.
Esposaron a mi compañero y se marcharon, ignorándome.
Ahora lo entiendo todo —gritaba el soldado con quien había estado— es que vas con ellos, ¿verdad?.
No, grité yo sorprendido, observando como el pelotón se perdía entre aquel devastado lugar



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